Imagine el ávido lector que un día llama a un teléfono de información de un organismo oficial, preguntando cualquier cosa, y al cabo de unas horas irrumpe en su casa un escuadrón de policías, le detiene, y le envían a prisión preventiva una temporadita. Según parece, su llamada ha quedado registrada a la misma hora que la llamada de un bromista que hizo un aviso de bomba falso.
Hasta que, doce días después, alguien se da cuenta de un sutil detalle: el día de los hechos se acababa de realizar el cambio de hora oficial, de modo que los aparatos de registro anotaron las llamadas con una hora de retraso. Usted, en la sombra, y el desconocido bromista, que ya había cogido el portante, desternillándose a su costa.
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